CARTAS

 30 de noviembre de 2020

La carta parece ser un medio muy utilizado en la escuela de mi madre por una maestra, que ella siempre alabó y recordó con cariño y de cuya capacidad de organización da cuenta el artículo “Índice de Educación Patriótica”, un artículo anterior de este blog.  La carta es un medio cercano para transmitir ideas, que en este caso se utiliza para inculcar ideas sobre la guerra civil que estaba teniendo lugar, para adoctrinar, para decirles a las niñas que la patria es la que defienden los golpistas, porque los otros, la “canalla marxista”, no quieren a la patria, quieren destruirla y por eso fue necesaria la cruzada, el golpe de estado de los “salvadores” fascistas.

Así, en la “Lectura patriótica” (Figura 1) se habla de una carta que ha recibido la maestra, escrita por un habitante del pueblo que está como soldado en el frente de Vitoria. Me pone la piel de gallina la manipulación de los sentimientos de las niñas, mediante gente conocida del pueblo que están como soldados en el bando nacional. Eran los buenos y los valientes. Frente a ellos los “rojos” que sorprendentemente roban a los humildes, no a los poderosos, a los terratenientes, sino a los pobres, cuyos derechos y libertades defendían. Paradojas que unas niñas no pueden rebatir, pero que las marcan a fuego. De esta manera, más o menos sutil, también se está condenando, a los ojos de las niñas, a los habitantes del pueblo que estaban luchando en defensa de la República legitima. Y los hubo en este pueblo. Me consta con total seguridad. Es indigno, es repulsivo sembrar estos sentimientos en las niñas, sembrar el odio en sus corazones, cuando la escuela debería haber mantenido a la infancia al margen de la contienda, como se ve que trató de hacer la República en el cuaderno de mi madre, recogido en este blog en al artículo “Encuentro fortuito con la memoria histórica”.

 


Figura 1. Lectura patriótica.

No deja de aparecer en la “Lectura patriótica” la relación con la Iglesia Católica, que apoyó el golpe de estado y se mantuvo al lado de los golpistas. Así, se pide encomendarse y rezar al patrón del pueblo, que debe darle al soldado “salud y suerte”.

La contestación de la maestra al soldado pone punto y final a todo el adoctrinamiento que exhala la carta. Este soldado está “defendiendo a España”. Se le olvida decir que está luchando contra un gobierno legítimo elegido por el pueblo, que se ha comprometido con la educación pública y laica, y con la reforma agraria, tocando los privilegios de muchas y muchos.

La siguiente carta está dirigida al Director de la Comandancia militar (Figura 2). En ella, una niña de 9 años solicita ser Madrina de guerra[1] de un soldadito, que debe ser el más “patriota, valiente y humilde”. Ahora se le pide a la niña una implicación más directa en la guerra, aunque sea en la lejanía, para dar apoyo a un soldado. Ello supone una participación cercana y emotiva de la infancia que, insisto, la escuela debería haber mantenido al margen. Considero que la infancia ya tenía más que suficiente con lo que vivía en la calle y en las familias.



Figura 2. Carta pidiendo ser madrina de guerra.

 Según algunas fuentes, las Madrinas de guerra aparecieron en la Gran Guerra, la I Guerra Mundial, como lazo de unión entre los soldados y la población civil. En la guerra civil española fueron promocionadas por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange, quien consideraba que la mujer debería ejercer una labor de apoyo, un papel secundario en el nuevo estado, nunca en igualdad con los hombres. De este modo, también transmitía su modelo de mujer al servicio de los hombres. Aquí además se trata de niñas de edades tempranas, mucho más vulnerables, más susceptibles de abrazar ideas sin ninguna consideración crítica, de sentirse emocionalmente involucradas, a las que se les pide que se declaren madrinas de guerra. Algunas, las hijas de familias republicanas, estarían sometidas a una contradicción fuerte, angustiosa, desasosegante, que seguramente las marcaría de por vida.

Las madrinas de guerra eran como una obligación moral, dulce y femenina ¿Qué más indicado para nosotras que consolar, animar, llevar a los soldados del frente un poco de optimismo y de ilusión? Ellos que luchaban, que estaban a la intemperie, bajo las estrellas, que cuando mirasen al cielo, creyesen que sus parpadeos les enviaban recuerdos y sonrisas ¡Qué labor tan bonita y humana! La madrina era para el soldado un consuelo, una ilusión. (...) ¡Qué contento se ponía aquel soldadito huérfano, que no encontraba para sus penas más que el aliento en las cartas de su madrina![2]

 

Y hasta aquí el pasado. Ahora hablemos del presente. Recientemente, para mi sorpresa e indignación, ha existido o existe un interés por volver a estos “valores patrióticos guerreros”. En el año 2018, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, siendo ministra Dolores de Cospedal, elaboró un proyecto titulado “Conocimiento de la Seguridad y la Defensa Nacional en los centros educativos”, para incluirlo primero en el currículo de Primaria y posteriormente en el de la ESO.[3] La idea básica de este proyecto es que para defender la paz son necesarias la armas, gastar dinero en armarse y vender armas para hacer negocio. Es decir, enseñar a nuestra infancia y juventud el principio, “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.

Hubo protestas de algunas organizaciones, como Save the children, sindicatos y ciudadanía por la presencia de contenidos militares en los currículos escolares[4]. Los títulos de algunas unidades son bastante sugerentes: Unidad 4. La defensa al servicio de la paz en el mundo; Unidad 5. Amenazas que ponen en peligro nuestros valores: Unidad 6. No tengo miedo, me protegen. Es indignante observar la ideología y el pensamiento que se quiere inculcar al alumnado de Primaria en este proyecto.

La educación para la paz, para la resolución pacífica de conflictos, para eliminar todas las formas de colonialismo económico, para no expoliar los recursos de los países más pobres mediante la explotación y la violencia, la defensa de los derechos humanos en todos los países, …, son los contenidos que han de estar presentes en los currículos escolares. Si queremos una infancia y una juventud sanas, justas, solidarias, críticas, no las adoctrinemos con los conceptos de defensa y seguridad para construir la paz.

Enrique Diez lo expresa de la siguiente manera: “Debemos desmilitarizar el imaginario colectivo de las futuras generaciones y plantear en los contenidos educativos un auténtico desadoctrinamiento de esta ideología bélico-militar. Introducir en el currículum contenidos que cuestionan las intervenciones o invasiones, a las que se refieren como "misiones de mantenimiento de la paz fuera de nuestras fronteras", pero que llenan de cadáveres los territorios que "misionan". Que cuestionen al servicio de quién y de qué se hacen esas guerras y qué intereses hay detrás de determinados conflictos que se generan, y quiénes los alimentan. Que analice en si "pacificar con armas y matanzas", como se está haciendo, es la vía para solucionar los conflictos mundiales y si es la vía en la que debemos educar a las futuras generaciones. Y abordar qué relación tiene el "terror y temblor" que imponemos, con nuestros ejércitos, en aquellas áreas geoestratégicas que cuentan con recursos valiosos para que las grandes multinacionales sigan enriqueciéndose con ellos y mantengan nuestro "modo de vida" y consumo, con la violencia y los atentados que sufrimos en los países del norte.”[5]

Termino señalando dos cuestiones. En primer lugar, curiosamente en este proyecto también se habla de la utilización de cartas a los militares como recurso didáctico, ya usado en la guerra civil como vemos en el cuaderno de mi madre. En segundo lugar, quiero recordar el No a la guerra que recorrió con fuerza nuestro país cuando el presidente de España se empeñó en participar en una guerra, que todo el país rechazaba mayoritariamente.

TANTO MONTA, MONTA TANTO, LIBERTAD COMO IGUALDAD

 20 de noviembre de 2020

Cuando escuchamos la palabra libertad nuestros labios, con gran facilidad, dibujan una sonrisa, y respiramos hondo y nos sentimos mejor, nos sentimos más libres. Queremos ser libres, considerarnos libres, vivir en libertad. Por eso nos reconforta y alegra leer la palabra libertad en muchos poemas, como “Para la libertad” de Miguel Hernández, escucharla en canciones como “Libre te quiero” de Agustín García Calvo, musicada por Amancio Prada. Pero su utilización en diversas circunstancias, en momentos muy dispares, de muy diferentes maneras, provoca que su significado sea lábil, incluso que se diluya, se convierta en una especie de niebla que nos envuelve sin dejarnos ver con claridad. 

La derecha española se autodefine como auténtica, y a veces única, defensora de la libertad, con gran sorpresa para much@s, porque en este país una parte de la misma participó y apoyó la dictadura franquista, y aún hoy en día cuando la condena, lo hace a regañadientes y con la boca pequeña. Proclama que su bandera es la libertad, libertad de elección de centro escolar, libertad para poner los servicios públicos en manos privadas, libertad de los bancos y grandes tenedores de pisos para desahuciar, libertad de los fondos buitre para comprar viviendas sociales a precios irrisorios, libertad de fumar en cualquier lugar, …, llegando incluso a acusarnos a la izquierda, por ejemplo, en los plenos del ayuntamiento de mi municipio, de nuestro deseo, “nuestra pasión por prohibir”. Lo repiten hasta la saciedad para convertirlo en mantra, olvidando que la ley mordaza, por ejemplo, se encuentra entre su cosecha. Paradoja total y ejemplo eminente de lo que digo es que la aprobación de la LOMCE, recientemente en el Congreso, ha terminado, después de su voto en contra, con los gritos de “Libertad, libertad” por parte de la derecha y ultraderecha, esa que defiende el patriarcado, la dictadura franquista, las desigualdades sociales sin tapujos.

Volviendo a la política municipal. Son muchos los plenos en los que esto ha sucedido. Sirvan como ejemplo, el pleno del ayuntamiento en el que se debatía una moción para no permitir fumar en la terraza de la biblioteca municipal, que infringiendo claramente la ley se estaba haciendo. La derecha votó en contra y nos dijo “os gusta prohibir”. Desenlace: la Consejería de Salud de la Comunidad de Madrid nos dio la razón. También nos “gusta prohibir” la utilización de herbicidas, como el glifosato, en nuestro municipio o que los vehículos, como la bicicleta o los patinetes, circulen por las aceras. Otro ejemplo recurrente son los debates sobre la escuela pública y la privada-concertada. El argumento repetido hasta la saciedad por la derecha, libertad de elección de centro. A lo que decimos siempre: la izquierda no estamos en contra de que las familias elijan el centro que quieran, estamos en contra de pagar con dinero público la elección de centros privados.

Estos debates en el pleno municipal me han llevado a reflexionar a menudo para buscar la forma más pedagógica de contestar, de rebatir, intentando poner sobre la mesa una explicación potente sobre el uso de la palabra libertad que tenga proyección social, que sea convincente, ya que hay que reconocer que la utilización de la libertad en sus manos termina calando en la ciudadanía. En mi reflexión las preguntas que he tratado de responder son, libertad ¿para qué y para quienes?, y ¿la libertad se tiene que conjugar sola o debe ir acompañada de otras características?

Respecto a la primera, me parece muy interesante la siguiente cita de Matthew Arnold “la libertad es un caballo muy bueno para cabalgar sobre él, pero para ir a algún sitio[1] Esta idea le sirve a Harvey[2] para indicar que, cuando se hizo evidente la falsedad de otras justificaciones, el presidente de Estados Unidos en 2003, George Bush, señaló que la guerra contra Irak se llevó a cabo en aras de la libertad del pueblo iraquí, para liberarlo de la opresión de Sadam Hussein. Pero que en cuanto se formó la Autoridad Provisional de la Coalición, en septiembre de 2003, se dio paso vía decreto, “a la privatización de las empresas públicas, a plenos derechos de propiedad para que las compañías extranjeras hayan adquirido y adquieran empresas iraquíes, a la plena repatriación de los beneficios al extranjero, ….,a la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, …..”. ¿Qué libertad se buscaba? ¿La del pueblo iraquí o la de las empresas extranjeras para expoliar los recursos iraquís? ¿Para qué y para quienes era la libertad buscada que trató de justificar una masacre?

Desgraciadamente en demasiadas ocasiones, el neoliberalismo, bajo el nombre de libertad, disfraza, camufla la defensa de los privilegios de unos pocos, la pugna porque la sociedad no avance hacia unas cotas de igualdad y de justicia social para todos. Ejemplos tampoco nos faltan en España. La necesaria Reforma Agraria que trató de poner en marcha la II República puede ser considerada un ataque a la libertad de los latifundistas, de los poderosos que iban a perder sus privilegios; pero, por el contrario, los campesinos iban a encontrar la libertad de trabajar una tierra de la que, al menos, los frutos que diera serían para ellos. En el caso de la Iglesia Católica también tenemos abundantes ejemplos de este tipo de libertad. No se trata de libertad cuando lo que se quiere es defender los privilegios de algunos.

Por estas razones y contestando a mi segunda pregunta, la palabra libertad debe conjugarse con la palabra igualdad. ¿Qué libertad tiene una persona cuya máxima preocupación es llegar a fin de mes? ¿Qué libertad tiene una persona que, si no existen en el país unos buenos servicios públicos, no puede elegir servicios privados porque no puede pagarlos? ¿Qué libertad hay para la infancia que no tiene protegidos sus derechos?[3] ¿Libertad para morirse, si no existe una sanidad pública gratuita y universal? La libertad de mercado es la libertad que defiende el neoliberalismo y es la libertad que llena la boca de los concejales y diputados de la derecha. Es esta libertad absolutamente individualista, y lejana de la igualdad, la que patrocinan y la que les conduce a considerar innecesarios y privatizar los servicios públicos. Servicios que son para todas y todos sin ninguna distinción, con la misma calidad y la misma atención para toda la ciudadanía; y que son los que el estado tiene la obligación de proporcionar. Dicen o piensan: ¿para qué los servicios públicos si se tiene la libertad de elegir entre la oferta privada, a la que las administraciones públicas no deben hacer ningún tipo de competencia? Eso sí, elegirá el que pueda y el que no, no importa, tiene la libertad teórica de elegir. Pero “… las libertades políticas serán siempre un mero “papel mojado” si la ciudadanía no llega a contar con condiciones materiales para existir de una forma digna y saludable Ser libre sin condiciones materiales es ser libre para todo, pero sin medios para nada. Ser igual ante la ley es un mero ideal impotente si económicamente hay una desigualdad insuperable que divide a las personas en ricos y pobres.”[4]

Sin una auténtica sociedad igualitaria no puede haber auténtica libertad. Pero hay quien además sitúa conjuntamente con la libertad y la igualdad, la fraternidad. Sí, el lema de la Revolución Francesa, que defendieron los republicanos de izquierdas en nuestro país. La fraternidad se entiende como la independencia económica de cualquier persona, la emancipación para que cada cual pueda ejercer la libertad en condiciones de igualdad.[5] Pensemos en las mujeres que vieron recortados todos sus derechos civiles durante el franquismo. La dependencia era primero del padre y luego del marido. No eran independientes, no eran iguales, no eran libres. Y en esta lucha seguimos.

La libertad que defiende el neoliberalismo es la protección de los privilegios de unos pocos frente a la libertad e igualdad de tod@s. Por esta razón es necesario la regulación y la planificación, lo que la derecha llama “prohibir”, para evitar los abusos de los poderosos frente a la mayoría de la sociedad o para mejorar la convivencia, respetando los derechos de todos. Las leyes, en defensa de la libertad y la igualdad, deben regular la convivencia, como hace, por ejemplo, la Ley del tabaco o la necesaria regulación de los mercados, incluso para evitar que estos conduzcan a crisis económicas como las de 1930 y 2008, que siempre recaen principalmente en los que no tienen auténtica libertad en una sociedad desigual.

La palabra libertad es una palabra con fuerza, con encanto, necesaria, pero también engañosa, porque puede utilizarse de una manera interesada, porque parece que necesita algunos matices, algunas acotaciones que especifiquen que no es deseada la libertad solo para algunos y no para la mayoría del pueblo, que no es deseada la libertad que genera desigualdad, que esconde privilegios, que no es deseada la libertad que es buscada por el neoliberalismo. Pero que sí lo es la libertad de expresión, de reunión, de manifestación, de asociación. La libertad que pedíamos cuando gritábamos “Amnistía, Libertad” al final de la dictadura. Y también es deseada la igualdad de las mujeres y de todos los más desprotegidos para lograr la libertad en todos los ámbitos. Porque como decíamos al principio Tanto monta, monta tanto, libertad como igualdad.



[1] Citado por David Harvey en “Breve historia del neoliberalismo”, 2007, Ediciones Akal.

[2] David Harvey en “Breve historia del neoliberalismo”, 2007, Ediciones Akal.

[4] Carlos Fernández Liria y Silvia Casado Arenas. “Qué fue de la Segunda República. Nuestra historia explicada a los jóvenes” 2019. Ediciones Akal.

[5] Carlos Fernández Liria y Silvia Casado Arenas. “Qué fue de la Segunda República. Nuestra historia explicada a los jóvenes” 2019. Ediciones Akal.

EDUCACIÓN, MÁS EDUCACIÓN, POR FAVOR

1 de noviembre de 2020

 

Cuando la Ley ha hecho a todos los hombres iguales, la única distinción que los separa es la que nace de su educación (...) el hijo del rico no será de la misma clase del hijo del pobre si no los acerca alguna instrucción.

Condorcet[1]

Hace unos días leía: “Hay mucho trabajo por delante, empezando por la educación. Son demasiados los estadounidenses que, en realidad, no comprenden la democracia ni la seriedad del arte de gobernar. Desde hace décadas hemos mezclado tanto la fama y la política que la mayoría de la gente no distingue entre las dos cosas. En el primer mitin de Trump al que asistí, en plena campaña, en un aeropuerto de Sacramento, los asistentes se quedaron deslumbrados al ver llegar al personaje de los reality shows en su avión privado. Se rieron de sus chistes y le hicieron fotos con su gorra roja. No hubo nada remotamente parecido a una discusión seria sobre temas importantes …

No tiene nada de malo que la gente vaya a un aeropuerto a ver a un personaje de televisión. Pero votar para que él dirija el país es señal de que no sabemos lo que es gobernar y de que no nos tomamos en serio a nosotros mismos, nuestra nación ni nuestra historia. Y ese es un fracaso del que somos responsables todos como padres, educadores y ciudadanos.

Lo leía en un artículo publicado en El País titulado “Estados Unidos: al borde del abismo” de Dave Eggers[2].

Comparto estas palabras que ponen a la educación como el motor transformador de la sociedad para lograr un mundo mejor para tod@s. Después de leerlo he pensado -Tengo que escribir sobre educación-, la profesión y pasión que me han acompañado toda mi vida.

Solamente los gobiernos que comprenden que la educación es clave para mejorar una sociedad, dedican esfuerzo, ganas, motivación, ilusión y recursos para poner en marcha un proyecto educativo que genere igualdad, espíritu crítico, independencia de pensamiento y solidaridad entre la ciudadanía. Desde los gobiernos, es absolutamente necesario poner la educación en el centro de todas las políticas. Porque es el germen de cualquier cambio, cualquier transformación dirigida a mejorar la sociedad en igualdad, justicia social, sostenibilidad, progreso; a hacer que las personas crezcan en autoestima y confianza y vivan más libres y más satisfechas con ellas mismas.

Y eso fue lo que hizo la II República en España, porque el gobierno republicano sabía de la importancia de la educación para alcanzar la democracia. “España no será una auténtica democracia mientras la mayoría de sus hijos, por falta de escuelas, se vean condenados a la perpetua ignorancia”, se afirmaba en el Decreto en el que se proyectaba la creación de 7.000 plazas de maestros y maestras en 1931[3].

En aquel año, España tenía un enorme retraso en educación, ciencia y tecnología con respecto a otros países europeos; retraso que se reflejaba en la existencia de más de un millón de niños y niñas sin escolarizar; una tasa de analfabetismo de cerca de un 43% entre los mayores de 10 años; pocas escuelas y en malas condiciones; una escuela rural casi inexistente; unos sueldos más que exiguos para maestras y maestros, que además tenían una formación deficiente, y una legislación anticuada y controvertida.

Y enseguida la República se puso manos a la obra, aprobando la Constitución el 9 de diciembre de 1931 que incorporaba en sus artículos 48, 49 y 50 las siguientes características de la escuela republicana:

  •    Escuela única, basada en el principio de igualdad.
  •     Escuela pública, obligatoria y gratuita, capaz de garantizar la desaparición de diferencias por razón de clase, territorio, sexo.
  •  Escuela laica, considerando la religión un asunto íntimo que concernía al ámbito privado y no al público.
  • Con una metodología activa, convirtiendo a cada alumno en protagonista de su propio aprendizaje.
  • Educación para la solidaridad, enarbolando la colaboración frente a la competitividad y la formación de la ciudadanía como eje de transformación social.

No deja de ser absolutamente sorprendente que casi un siglo después, sigamos sin conseguir algunos de los principios básicos de una educación que sea garante de la igualdad y que ya aparecían en la Constitución de la II República: Escuela pública y laica.

Las diferentes leyes orgánicas de educación de la democracia no han logrado que, en nuestro país, la escuela sea pública porque los intereses económicos de la Iglesia, en cuyo poder se encuentra la mayoría de los centros privados-concertados, son defendidos con uñas y dientes por los partidos políticos de la derecha y por esta institución, que hace negocio con un derecho fundamental, la educación. Además de promover la segregación económica del alumnado como se ha indicado por diferentes autores y organismo, entre ellos la OCDE. Y todo ello baja el mantra, que ha calado en la población, de libertad de elección de centro, que, a pesar de lo que dicen, no aparece en el artículo 27 de la Constitución.

Ni tampoco es laica porque de nuevo la larga mano de la Iglesia impide que lo sea. El franquismo asentó en nuestro país el poder de la Iglesia, que mantuvo bajo palio al dictador, y 45 años de democracia no han sido suficientes para lograr un estado laico.

La LOGSE (Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo) de 1990 fue un avance importante. Ha sido la ley más progresista en este país después de II República, aunque no apostó claramente por la escuela pública y laica ni contó con la aportación económica suficiente. Es decir, no supuso una apuesta real y verdadera por la educación en nuestro país. Es verdad que potenció la formación del profesorado; fue el momento de la creación de los CPS (Centros de Profesores), de los cursos de actualización científica y didáctica, de los formadores de formadores, … pero faltó dinero para poner en práctica una ley ambiciosa en muchos ámbitos, y la formación del profesorado no llegó a todos los rincones. Y sin el apoyo, sin la formación del profesorado es muy difícil implementar una ley desde el corazón, creyendo en ella.

También tuvo otros fallos, porque siempre existe una brecha entre la teoría y la práctica. Pero en lugar de hacer una evaluación, detectar los errores y ponerles remedio, la derecha entró a saco por lo que consideraba pérdida de algunos privilegios. Y elaboró la LOCE (Ley Orgánica de la Calidad de la Educación), que nunca se puso en marcha porque el PP perdió las elecciones siguientes y no desarrolló la normativa. La LOE (Ley Orgánica de Educación) fue un pacto educativo, rebajó planteamientos respecto a la LOGSE, pero aun así la derecha insaciable aprobó y puso en marcha la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa), sobre la que se mostraron contrarios todos los demás partidos políticos y, sobre todo, toda la comunidad educativa (alumnado, profesorado y familias). Y así llegamos a la actualidad en la que se está elaborando la LOMLOE (Ley Orgánica de modificación de la LOE), sin que ningún gobierno haya levantado la mano para comprometerse con la educación hasta la médula, que haya comprendido que la educación pública y laica es la única garantía para lograr una sociedad democrática, formada, igualitaria, crítica, transformadora y solidaria.

Fijaos que ha habido muchas (cinco) leyes orgánicas de organización del sistema educativo, pero no tantas como oímos repetidamente en las tertulias, que con un afán de confundir o por desconocimiento mezclan todas las leyes educativas, aunque pertenezcan a distintos ámbitos y tengan distintas finalidades.

La situación actual en España no es como en 1931, cuando la II República se volcó con la educación, pero hay indicadores bastante alarmantes que exigen respuestas inmediatas, como son el porcentaje del PIB (Producto Interior Bruto) dedicado a educación (el 4,21%, en 2018, frente a la media europea del 4,7 o los valores de Islandia o Suecia de alrededor de un 7%; en los Presupuestos del actual gobierno sube hasta el 5%); los altos niveles de abandono escolar temprano (alrededor de un 17%, en 2019, frente a un 10% de la Unión Europea); el alto peso del origen socioeconómico en los resultados académicos, y el nivel, en aumento, de segregación por origen social (pasó del 23,1% en 2006  al 23,8% en 2015), según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) y del Observatorio Social de La Caixa.

Termino volviendo al principio, la extrema necesidad de tener una ciudadanía con un nivel educativo elevado para lograr una sociedad del bienestar que llegue a toda la población.

Faltaban dos días para las elecciones norteamericanas y, con sorpresa y alegría,  escuché en la radio que revistas científicas americanas, de la categoría de Nature, Science, New England entre otras, han mostrado su apoyo a Joe Bieden y han criticado duramente a Trump por su desprecio a la ciencia, basado en una ignorancia supina, por sus mentiras, por su gestión de la pandemia de la Covid-19 y por su negacionismo frente al cambio climático[4],[5].

Inmediatamente he pensado, importantísimo este compromiso por parte de las científicas y científicos, pero si la población en su mayoría no está educada, no es conocedora de estos problemas, no es capaz de elaborar críticamente sus propias opiniones al margen de todo el ruido e intereses mediáticos, poco habremos avanzado en la democracia y nadie nos librará de que energúmenos, como este, lideren los países. Más y más educación es necesaria.

El título del artículo es en memoria de Luis Eduardo Aute: Cine, más cine, por favor.