VUELTA A LA NORMALIDAD


3 de abril de 2020

Escuchamos constantemente que es necesaria la vuelta a la normalidad, que esperamos con ansiedad y esperanza la vuelta a la normalidad, que tal vez en un mes la vuelta a la normalidad será una realidad.

Cada vez que lo oigo, me pregunto ¿qué significa la vuelta a la normalidad? ¿Entendemos todos lo mismo por la vuelta a la normalidad? ¿Realmente quiero volver a la normalidad?

Si la vuelta a la normalidad significa poder salir a la calle, pararse y saludar a la gente; quedar con los amigos y poder abrazarlos; subir a la montaña y disfrutar del aire y del paisaje; ir al cine y al teatro y comentar con los amigos, la pareja si te ha gustado o no la película o la obra; sentarte al sol en una terraza o en un banco, SÍ que quiero volver a esa normalidad.

Pero si la vuelta a la normalidad significa tener delante una desigualdad social apabullante en la que unas pocas manos acumulan y amasan grandes riquezas y otros no tienen para sobrevivir, no quiero volver a esa normalidad. Si significa convivir con una falta de servicios públicos gratuitos, universales y de calidad que garanticen los derechos fundamentales de todas las personas, que garanticen una vivienda digna no una chabola, que garanticen una educación pública, compensadora de desigualdades, inclusiva, que promueva el pensamiento crítico, que haga crecer a todas y todos como personas y como ciudadanos, servicios que garanticen una sanidad que atienda a todas las personas sin poner ninguna condición, no quiero volver a esa normalidad.  Si significa encontrar de nuevo una situación de desigualdad y violencia contra las mujeres; una ciencia olvidada, sin recursos con nuestra juventud en otros países; un país desindustrializado, que solo es líder en turismo y “ladrillo”; un planeta que se nos está dando señales de que está en crisis, no quiero volver a esa normalidad. NO, yo no quiero volver a esa normalidad.

Hay momentos en que es necesario parar para ver hacia dónde nos dirigimos, no sea que nos hayamos equivocado de senda, como cuando pierdes los hitos en un sendero de montaña, y no hayamos reparado en ello; para reflexionar sobre lo que es mejor para nosotros, para los que nos rodean en la cercanía, para las que no conocemos de nada y viven o malviven a miles de kilómetros en nuestro planeta, ese planeta que nos está dando señas y nos presenta indicadores de que se encuentra enfermo o, al menos, en un estado que no es nada conveniente para la vida. Es necesario parar y reflexionar. Y este virus nos está ofreciendo esta posibilidad con unas consecuencias terribles en muertes y en crisis económicas. Pero, si además de lo que estamos viviendo, no somos capaces de aprender, de reflexionar, de adelantarnos a lo que parecía que estábamos abocados; lo que estamos viendo puede quedarse en los primeros cm de una línea infinita de dolor y desigualdad.

Tal vez pensemos que no necesitábamos un golpe tan duro para reaccionar. Me gustaría creerlo, pero en bastantes ocasiones la historia nos muestra lo contrario. Si nos fijamos en Europa, después de una devastadora I Guerra Mundial, con millones de muertos; nos recuperamos para entrar en una II Guerra y parecía que íbamos aprendiendo porque fuimos capaces de crear una Unión Europea, pero el aprendizaje sólo fue a medias, porque no fue para crear una Europa más social y más humana, sino para hacer una unión económica en la que las personas y sus derechos no estaban, no están, en primer lugar. Esta pandemia la está poniendo a prueba. Y de momento, los hechos no son muy halagüeños.  Aparecen las diferencias Norte-Sur, que no son más que una manera de llamar a las diferencias entre riqueza y pobreza. Aparecen declaraciones casi xenófobas, o sin el casi. Se vislumbran las entidades financieras que de nuevo quieren hacer negocio con la concesión de créditos para la compra de la deuda, como lo hicieron a consta de la crisis de 2008, donde los recortes y el austericismo nos llevaron a la situación actual, con una Sanidad Pública débil que está respondiendo heroicamente y con una pérdida de derechos, de condiciones laborales que nunca hubiésemos imaginado. La última película de Costa Gavras “Comportarse como adultos” es una muestra clara de lo que estoy diciendo. No, no quiero volver a esta normalidad.

Estamos sufriendo un golpe, un golpe muy duro. Y tengo esperanza de que seamos capaces no de volver a la normalidad, sino de dar un viraje hacia un mundo adorable, querible, besable, bueno amable, como dice Silvio Rodríguez en su Canción del Elegido, dedicada al Ché Guevara. Pero no tengo la confianza en que lo consigamos. Hay “fuerzas ocultas”, o no tan ocultas, muy poderosas, que desde el primer momento están pergeñando cómo no perder ni un solo privilegio; cómo pueden sacar beneficios del dolor de casi todos. Tenemos que estar muy alerta y, sobre todo, reflexionar sobre qué queremos para la especie humana y para el planeta, cuando se acabe la pesadilla, cuando hayamos vencido a la pandemia, dejando detrás mucho dolor.

Sí, tenemos que estar muy alerta. Se venía avisando por los expertos que se podía sufrir una pandemia, no se sabían las características, ni el agente que lo iba a producir, ni la forma de contagio. Pero sí se hablaba de las posibilidades de una pandemia, se hablaba del peligro de las resistencias a los antibióticos, del mal uso y abuso de estos fármacos que podían dar lugar a bacterias no atacables por los mismos, a superbacterias. Había habido avisos de los peligros de ciertos virus de enfermedades como SARS, ébola, gripe A.  Ha sido un virus, un coronavirus. El resultado es lo que estamos viviendo y lo que nos queda por vivir, con el miedo de lo que pueda ocurrir en otros países, EEUU sin un sistema sanitario público que cubra a la población; en India, un subcontinente con mucha gente viviendo en la calle y en muchos otros países.

Los expertos llevan décadas hablándonos, alertándonos de la crisis climática. En las clases de la asignatura Ciencias para el Mundo Contemporáneo que, desgraciadamente despareció gracias a la LOMCE, debatíamos desde hace muchos años sobre el cambio climático, entonces no se hablaba de crisis. Sí, nos están alertando de esta crisis, ¿y qué hacemos? Asustarnos y lamentarnos cuando tenemos huracanes, lluvias torrenciales, gota fría, el DANA, pero poco más.

Estamos viviendo gestos de solidaridad, muy importantes, pero que no dejan de ser actos puntuales. Actos que nos reconcilian con nosotros mismos, con las personas más cercanas, esas que sentimos aplaudir todas las tardes. Pero estos cambios puntuales no nos llevarán a un mundo más equitativo, más justo, en que los derechos humanos de todas y todos, no de unos pocos, sean la guía, la hoja de ruta que hay que seguir. Son necesarios cambios estructurales, cambios en las relaciones de producción, cambios en la forma de vida, en la forma de pensar, en la forma jerarquizar lo importante y lo superfluo, cambios a nivel institucional y a nivel personal. Pero la memoria humana es frágil, muy frágil y en muchos casos prefiere olvidar, prefiere dar por cerradas etapas, que se cerraron mal y que no están resueltas.

Tengo esperanza de que la normalidad que se nos acerca sea diferente, que realmente hayamos aprendido en esta crisis, pero no tengo confianza en la condición humana.

POR Y PARA MIS ALUMN@S


VA POR Y PARA TOD@S LAS ALUMN@S DEL JORGE MANRIQUE EN TRES CANTOS QUE ESTUDIARON FÍSICA, QUÍMICA O CIENCIAS DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO CONMIGO
27 de marzo de 2020

En estos momentos raros, momentos de aislamiento, de encierro, os recuerdo, recuerdo las clases de Física y Química, aquellas que un día se os hacían más largas que otros, aunque siempre largas; aquellas en las que protestabais porque no queríais explicar los ejercicios y problemas, y yo os escuchaba sabiendo bien que no iba a ceder; aquellas en que hacíais algún examen sin calculadora, ¡vaya os faltaba la muleta de apoyo!; aquellas de laboratorio, a las que os gustaba ir pero luego protestabais por el informe; aquella donde debatíamos sobre transgénicos o células madre; ….

Y os recuerdo ahora porque sois un eslabón fundamental en esta situación excepcional; porque vuestra importancia en esta lucha es vital, porque tenéis que ser conscientes de vuestro papel en la transmisión de esta enfermedad. Aunque tenéis un porcentaje de mortalidad muy baja (sí que ha habido algunos casos entre personas de vuestra edad y, ya sabéis, cuando le toca a uno, los porcentajes se convierten en el 100%); lo más importante en estos momentos es que hay que cortar la cadena de transmisión, hay que cortar la reacción en cadena y, para ello, sois fundamentales.

Sois imaginativ@s, sois creativ@s, seguro que se os ha ocurrido una gran cantidad de actividades para dejar de lado el aburrimiento que nos puede inundar estos días, desde colocar ese armario o esa estantería para lo que no teníais nunca tiempo, hasta jugar al Risk gracias a una app para el móvil, pasando por leer, ver pelis y series, visitar museos de forma virtual, …. Pero, sobre todo, sois responsables y vais a aguantar este aislamiento hasta el final y no vais a bajar la guardia. Os escribo para, desde mi casa, daros muchos ánimos, sobre todo, a l@s más jóvenes. Seguro que nunca os imaginasteis vivir una situación como esta y seguro que os va a servir para conoceros mejor, para sacar a la luz capacidades y actitudes que desconocíais que tenéis, para poneros a prueba. Es un reto a nivel personal y a nivel social. Y cuando se vencen los retos, siempre se sale reforzad@. Os escribo también para pediros que deis ánimos a vuestros amigos y amigas, para que les convenzáis de la importancia que tiene que se queden en casa, que no se engañen y nos engañen, diciendo que están casi todo el tiempo en casa. Ahora y aquí no valen los casis, hay que estar al 100%.

Bueno, no os doy más la lata. Perdonad esta intromisión. Demostrad a la sociedad que la juventud es solidaria, generosa y siempre sabe estar a la altura. Sobre todo, a todos aquellos que lo ponen en duda.


Hasta siempre. #YoMeQuedoEnCasa #EsteVirusLoParamosUnidos

MI REINO POR UNA TARDE EN CASA

5 de abril de 2020

Llevo encerrada en casa desde el jueves 13 de marzo. No he pisado la calle. Tomo el aire en la pequeña terraza de mi casa. Sobre todo cuando salgo a aplaudir a las 20 h cada día.

Antes de que comenzase el confinamiento, me repetía a mí misma con frecuencia: “Mi reino por una tarde en casa”. Frase totalmente hecha, porque reino no tengo ninguno, salvo mi mesa y mi ordenador, y para eso no quería una tarde libre.

Pues bien, desde que llevo confinada en casa, siento que no he tenido una tarde libre para dedicarla a no hacer nada o a leer sin mirar el reloj porque llega la hora de finalizar la lectura. Quien me conoce bien, sabe que me organizo el tiempo hasta el último segundo, y ello me genera alguna angustia, porque puede haber imprevistos o cálculos erróneos que me impiden cumplir mi rígida agenda, con sus consecuentes dosis de estrés y desazón.  Y esto me está ocurriendo estos días. Vi un horizonte abierto, en el que podía dedicarme a todo aquello que no tenía mucho tiempo para hacer. Sin prisas, con calma. Hasta ahora no ha sido posible. Las reuniones virtuales con los grupos municipales, las repuestas en los grupos de whatsapp, las propuestas de l@s vecin@s. Todo el día conectada y se me escapa el tiempo, mi tiempo, entre las manos. Hoy una amiga me ha dicho: “Estoy deseando que termine el confinamiento para descansar”. ¡Cómo la entiendo y comparto su pensamiento!

He leído un artículo de alguien que decía que el horror al vacío le hizo programarse una agenda tan ocupada que el tiempo le ha enseñado que no era posible cumplir y, lo que es más importante, que no era necesaria, porque había aprendido que en ese vacío hay muchas cosas que merecen la pena, que hay que dedicarles tiempo y disfrutar de ellas. Seguro que es uno de los aprendizajes que vamos a hacer en estos días, y que seguro que todos hemos escuchado decir en los hospitales, después de salir de una enfermedad grave, o en los tanatorios. El mirar a los ojos a la muerte nos enseña a colocar las cosas en una jerarquía más adecuada que la que la sociedad actual nos inculca.  Pero somos débiles de memoria y olvidamos pronto.

Siempre me ha gustado tener mucho tiempo por delante y difícilmente lo he conseguido. Es una contradicción o una automentira que siempre llevo a cuestas. Siempre he sentido como una liberación viajar en tren, en aquellos trenes en los que un viaje podía durar bastantes horas. Me sentaba y respiraba hondo, miraba sin prisas por la ventanilla y me decía: “tantas horas por delante, para leer, tomar un café, dar una cabezadita y mirar por la ventanilla”. Era un sentimiento de libertad que tenía cuando estaba confinada en un tren. En esta situación, pensé que iba a sentir algo parecido, que iba a respirar hondo y estar en un tren que me llevaba en un viaje de muchas horas, de muchos días.

Pero otra vez, me equivoqué. Estamos tan conectados, whatsapp, redes, prensa on line, vídeos, … que no tenemos tiempo para reflexionar en profundidad. Hace poco, me decía una amiga, "me siento menos sola que nunca". Otra "no paro de hablar por teléfono". Pero esto no nos puede hacer olvidar que hay mucha gente que tiene la soledad incrustada en la piel y que, en estos momentos, se agudiza y se complementa con miedo y angustia. No podemos, no debemos olvidar a estas personas.

APLAUSOS EN LAS VENTANAS


31 de marzo de 2020

Faltan dos minutos para las 20.00. En mi casa ya están todos revoloteando porque se acerca la hora de salir a la terraza, a la pequeña terraza que tenemos, pero que en estos momentos es un lujo. Nuestra calle es una calle pequeña, con un solo carril en la calzada. Nos vemos con los de siempre, los vecinos de enfrente, una señora mayor en la terraza de la derecha, se vislumbran algunos más lejanos, … Se oyen aplausos calle arriba, aunque no se ven las manos que aplauden. También suena el Resistiré. Al cabo de unos días, empezamos a saludarnos y a decirnos “Hasta mañana”.

Todos los días no puedo evitar hacerme la misma pregunta. ¿Por qué no salen los que no salen? Obviamente, su postura es absolutamente respetable, pero como persona con una mente científica necesito comprender, o al menos intentarlo, cuáles son las causas de los diferentes hechos, incluidos los comportamientos humanos.

Por mi cabeza pasan con rapidez explicaciones diversas, mientras que un día una ventana que estaba vacía se llena con un par de manos aplaudiendo, y otro día otra, y al siguiente otra diferente. Pero frente a los permanentes, estos aplausos esporádicos aparecen un día y luego desparecen totalmente.  ¿Les pareceremos ridículos todas las tardes aplaudiendo? ¿Se sentirán cohibidos por alguien de la familia que les consideraría ridículo si lo hiciesen? ¿O existe una razón más de las entrañas que la ridiculez? ¿Pensarán que están por encima de la plebe que manifiesta su agradecimiento, su reconocimiento e, incluso, comparte su angustia de esta manera?

¿Serán razones políticas las que les impiden aplaudir? Pensarán que este aplauso a los trabajadores de la Sanidad Pública y a todos los trabajadores que son esenciales para el mantenimiento de nuestro país y que realizan trabajos poco o muy poco valorados en la escala social, se pueden pasar por ósmosis al gobierno.

¿Serán de los que piensan que la participación ciudadana, los movimientos sociales no valen para nada? Que lo que vale es el voto cada cuatro años. Para qué vamos a hacer algo, si no sirve de nada. Ni siquiera aplaudir, ni siquiera salir con los vecinos y compartir unos momentos de solidaridad, de apoyo mutuo, de agradecimiento a l@s que siguen trabajando vocacionalmente, a través del sonido de las palmas.

Colgué mi sábana que dice Sanidad 100% Pública y l@s vecin@s que me saludaban, me siguen saludando de una forma amable. Es decir, que mal no les parece. Al cabo de los días, otro balcón desde el que aplauden colgaron una bandera española con un crespón negro. La explicación política no me sirve, al menos de forma general, para responder a mi pregunta.

También pensé que no salían porque querían guardar su privacidad, porque, tal vez, estaban pensando en irse a su segunda residencia los días de Semana Santa y no querían estar controlados por los vecinos. Pero me di cuenta de que tampoco era cierta esa hipótesis, como pude comprobar.

Se acercan las 8 de la tarde. Saldré como todos los días a aplaudir y escudriñaré el aire buscando respuestas, seguro que hay muchas, a mi pregunta ¿Por qué no salen a aplaudir los que no salen?