NUEVA NORMALIDAD


5 de junio de 2020

Estamos tocando con las puntas de los dedos lo que se ha dado en llamar “nueva normalidad”. Y de momento lo que estoy viendo me produce más tristeza que alegría, más desazón que tranquilidad, más deseo de seguir en el confinamiento que de llegar a esa “nueva normalidad”, si no fuese claramente por la triste realidad de las muertes, por el gran dolor ocasionado, por el exhausto trabajo y la gran dedicación de todas las personas trabajadoras de la Sanidad Pública. Tod@s se han dejado la piel y muchas la vida. Si no fuese por la terrible crisis social y económica que nos rodea por todas partes, aunque hay quienes no quieren enterarse.

La aproximación a la “nueva normalidad” está sacando a la luz actitudes y comportamientos que no parecen surgir de la reflexión que debería haberse producido en los momentos duros del confinamiento. Estos ya se han olvidado. Parece que ya no se quiere saber nada de ellos. ¿Por qué? ¿Se trata de una huida hacia delante? ¿Se trata de prepotencia? ¿Será posible que no hayamos aprendido nada o casi nada?

Pongo un ejemplo, que no es más que un indicador del comportamiento social. Ahora parece que el mundo empieza y termina en las terrazas. Es agotador escuchar en los medios de comunicación el hablar de las terrazas, de la necesidad de ocuparlas, como si con ello se alcanzase el nirvana. Terrazas por aquí, terrazas por allá. Sí, es cierto que es necesario reactivar la economía en todos los sectores, pero no se puede olvidar lo que acabamos de pasar, la posibilidad de que vuelva, y el respeto a las normas de convivencia. La mayoría de las noches el ruido generado alrededor de los lugares donde hay terrazas es insoportable. Es una sencilla muestra de falta de respeto hacia la vida de los demás e, incluso, hacia la tristeza de los demás.

En el confinamiento hay familias que han perdido seres queridos; hay otras que han tenido personas hospitalizadas en condiciones muy graves durante muchos días, semanas; hay muchas que han sufrido mucho por razones dispares: pérdida de empleo, incertidumbre de lo que pueda ocurrir con su pequeño negocio, hacinamiento en las casas, violencia machista, …; muchas pueden tener secuelas mentales por tiempo largo. Frente a esto hay algunas personas que parecen desconocer lo ocurrido, que viven en un mundo paralelo en el que no ha pasado nada, que les suena todo a invención, mentira o desconocido. Y nos dejan sorprendidos a todas las demás. Y no solo sorprendidos, ojipláticos, sino indignados frente a comportamientos que no parecen proceder de seres inteligentes y reflexivos, como se supone que somos.

La otra tarde me decía una amiga todas las cosas buenas de las que había disfrutado durante el confinamiento, lógicamente con unas buenas condiciones de habitabilidad en su vivienda, que no todo el mundo ha podido disfrutar, y sin preocupaciones laborales. Esta amiga resaltaba la ausencia de ruido, la ausencia de coches, la inexistencia de consumismo, …, cosas que se están evaporando en segundos.  Con esta idea en la cabeza, me encontré por la noche con un artículo que decía “Anuncian que pasamos de fase y me pregunto si soy la única que prefiero quedarme como estoy. Me he acostumbrado a madrugar y dar paseos en bici. A llevar siempre la mascarilla y el bote de gel en el bolso. A ver a poca gente y pasar muchas horas en casa, a hacer mis propias galletas, pan y croquetas”. Cierto, este confinamiento estaba dispuesto a darnos oportunidades para apreciar cualidades en la vida, que tan a menudo pasan desapercibidas; para poner en valor las pequeñas cosas cotidianas; para compartir momentos de lucha y esperanza con vecinas y vecinos, pero todo parece esfumarse. Es como una botella de champán que se descorcha y al abrir, se pierde champán, se pierden emociones y sensaciones positivas.

No quiero decir que el confinamiento haya sido positivo, ha sido duro, ha tenido días muy obscuros, azulobscurocasinegros, como la película de Sánchez Arévalo, pero aportaba algunas luces, hacía algunos guiños para un cambio hacia una convivencia más solidaria, más generosa, más preocupada por las personas que viven en tu misma calle, en tu mismo portal; por un planeta más sostenible, al que no exprimamos y explotemos; por una sociedad en que los servicios públicos, sanidad y educación, fuesen la garantía de la equidad.

Pensé que estas cosas podían llegar para quedarse. ¡Ojalá sea así! Y este halo de pesimismo, u optimismo con conocimiento, sea totalmente pasajero.

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