MI REINO POR UNA TARDE EN CASA

5 de abril de 2020

Llevo encerrada en casa desde el jueves 13 de marzo. No he pisado la calle. Tomo el aire en la pequeña terraza de mi casa. Sobre todo cuando salgo a aplaudir a las 20 h cada día.

Antes de que comenzase el confinamiento, me repetía a mí misma con frecuencia: “Mi reino por una tarde en casa”. Frase totalmente hecha, porque reino no tengo ninguno, salvo mi mesa y mi ordenador, y para eso no quería una tarde libre.

Pues bien, desde que llevo confinada en casa, siento que no he tenido una tarde libre para dedicarla a no hacer nada o a leer sin mirar el reloj porque llega la hora de finalizar la lectura. Quien me conoce bien, sabe que me organizo el tiempo hasta el último segundo, y ello me genera alguna angustia, porque puede haber imprevistos o cálculos erróneos que me impiden cumplir mi rígida agenda, con sus consecuentes dosis de estrés y desazón.  Y esto me está ocurriendo estos días. Vi un horizonte abierto, en el que podía dedicarme a todo aquello que no tenía mucho tiempo para hacer. Sin prisas, con calma. Hasta ahora no ha sido posible. Las reuniones virtuales con los grupos municipales, las repuestas en los grupos de whatsapp, las propuestas de l@s vecin@s. Todo el día conectada y se me escapa el tiempo, mi tiempo, entre las manos. Hoy una amiga me ha dicho: “Estoy deseando que termine el confinamiento para descansar”. ¡Cómo la entiendo y comparto su pensamiento!

He leído un artículo de alguien que decía que el horror al vacío le hizo programarse una agenda tan ocupada que el tiempo le ha enseñado que no era posible cumplir y, lo que es más importante, que no era necesaria, porque había aprendido que en ese vacío hay muchas cosas que merecen la pena, que hay que dedicarles tiempo y disfrutar de ellas. Seguro que es uno de los aprendizajes que vamos a hacer en estos días, y que seguro que todos hemos escuchado decir en los hospitales, después de salir de una enfermedad grave, o en los tanatorios. El mirar a los ojos a la muerte nos enseña a colocar las cosas en una jerarquía más adecuada que la que la sociedad actual nos inculca.  Pero somos débiles de memoria y olvidamos pronto.

Siempre me ha gustado tener mucho tiempo por delante y difícilmente lo he conseguido. Es una contradicción o una automentira que siempre llevo a cuestas. Siempre he sentido como una liberación viajar en tren, en aquellos trenes en los que un viaje podía durar bastantes horas. Me sentaba y respiraba hondo, miraba sin prisas por la ventanilla y me decía: “tantas horas por delante, para leer, tomar un café, dar una cabezadita y mirar por la ventanilla”. Era un sentimiento de libertad que tenía cuando estaba confinada en un tren. En esta situación, pensé que iba a sentir algo parecido, que iba a respirar hondo y estar en un tren que me llevaba en un viaje de muchas horas, de muchos días.

Pero otra vez, me equivoqué. Estamos tan conectados, whatsapp, redes, prensa on line, vídeos, … que no tenemos tiempo para reflexionar en profundidad. Hace poco, me decía una amiga, "me siento menos sola que nunca". Otra "no paro de hablar por teléfono". Pero esto no nos puede hacer olvidar que hay mucha gente que tiene la soledad incrustada en la piel y que, en estos momentos, se agudiza y se complementa con miedo y angustia. No podemos, no debemos olvidar a estas personas.

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