5 de marzo de 2021
Es fácil para cualquiera de nosotr@s poner ejemplos de
símbolos e incluso definir qué es un símbolo. Según la RAE, elemento u objeto
material que, por convención o asociación, se considera representativo de una
entidad, una idea, una cierta condición, etc. Los
símbolos nos rodean por todas partes y nos hablan de cosas muy diferentes. Por
un símbolo reconocemos marcas comerciales, redes sociales, equipos deportivos,
instituciones públicas, religiones, etc. Hay símbolos que han perdurado a lo
largo de la historia, como por ejemplo los religiosos, y otros que cambian con
mayor facilidad. Pero no es fácil cambiar
un símbolo una vez que la población se ha identificado con él y, sobre todo, si
ha triunfado.
Los símbolos pueden levantar pasiones, discusiones y debates
encarnizados, sobre todo cuando expresan de una forma fácil y condensada una
idea, una teoría. Puede no conocerse en profundidad la idea o la teoría que
encierra un símbolo, y sin embargo identificarse con él por razones muy
diversas, que van desde la tradición hasta la rebeldía. Es decir, identificarse
con un símbolo no significa tener un conocimiento profundo de lo que representa
el mismo. Puede ocurrir que este conocimiento solo sea superficial, emocional. Pero,
en cualquier caso, el símbolo suele generar emociones y sentimientos fuertes,
porque normalmente lleva asociada una identificación social con un grupo. Hace
sentirse parte del mismo, compartir momentos y pasiones con alguien más. Es,
incluso, una forma de huir de la soledad.
Los símbolos patrióticos encierran un concepto complejo y
abstracto, el de patria. Puede ser patria en sentido nacional, autonómico,
comarcal, municipal. En cualquier caso, por su abstracción, es preciso
materializar el concepto mediante unos símbolos cercanos, sensoriales, que se
pueden tocar, oír, cantar: banderas, himnos, gestos, gritos e, incluso,
canciones. Hasta Briones, que diría, con toda la ironía que le caracteriza,
Andrés Sopeña en El florido pensil, “sabe que la bandera representa a la patria.
Y yo mismo puedo ver que es la imagen de nuestra historia, de nuestras
tradiciones, y de las glorias de nuestro pasado”.[1]
Según algunos autores: “Los
símbolos tienen una importancia difícil de exagerar. Sirven para moldear las
identidades nacionales, ayudan en la nacionalización de las poblaciones y
legitiman regímenes y movimientos políticos nacionalistas.”[2] Parece
obvio que esto es lo que pretendían los golpistas franquistas.
En el caso de la infancia los símbolos, en general, y los
patrióticos, en particular, adquieren todavía una mayor importancia, porque la
asimilación de patria a unos límites geográficos no es tan obvia. Vemos en la
Figura 1 cómo se define Patria o Nación, que se pueden intercambiar aunque haya
matices diferentes[3],
en el libro Así quiero ser. El niño del
Nuevo Estado.[4] Definición cargada cuanto menos de
xenofobia, usando términos como morisma; sangre latina; idioma castellano;
Religión católica, apostólica y romana. Y eso sin entrar en las definiciones de
las características: una, grande y libre.
En cualquier caso, no parece un concepto sencillo, ya que es demasiado abstracto y/o complejo porque abarca ámbitos diferentes, para niñas de 10 años que tienen sus límites geográficos en un pueblo pequeño y sin las posibilidades tecnológicas de interacción con el exterior que existen en la actualidad, sin radio, sin televisión, sin internet, con nada. Por ello, como acabo de decir, los símbolos suponen un acercamiento sensorial a la idea de patria. Por esta razón es fácil utilizarlos para el adoctrinamiento, para generar emociones y adhesiones en la infancia. Y esto es lo que hace la escuela nacionalcatólica, primero en la guerra civil y más tarde lo hará en la dictadura, como se puede ver en las tareas del cuaderno de mi madre en los meses de febrero y marzo de 1937 en las figuras 2, 3 y 4.
El día 4 de marzo de 1937, escribe en el cuaderno sobre el
Decreto Promulgado por Franco el 27 de febrero de 1937 para declarar la Marcha
Granadera como Himno Nacional (Figura 2), sin olvidar los himnos de Falange, de
Oriamendi (carlista) y de la Legión. Si os fijáis en las fechas, podréis
constatar que los decretos corrían veloces en la zona “reconquistada” hasta
llegar a una escuela de niñas en un pequeño pueblo.
La Marcha Granadera, también llamada Marcha Real, fue
declarada marcha de honor por Carlos III en 1770, y se transformó en himno
durante el reinado de Isabel II. Fueron la
costumbre y el arraigo popular los
que erigieron esta composición en Himno Nacional, sin que existiera ninguna
disposición escrita…. En 1870, el
General Prim convocó un concurso nacional para crear un Himno Nacional. El jurado
declaró el concurso desierto por considerar que ninguna de las marchas
presentadas superaba en calidad a la "Marcha Granadera", y aconsejó
que se mantuviera como Himno.[5] Ha
sido utilizada como himno nacional desde ese momento salvo en tres periodos, el
trienio liberal, la I y la II Repúblicas, en los que se adoptó el Himno de
Riego.
Por otro lado, los golpistas quieren dejar constancia de sus
apoyos, o mejor no enfadarlos obviándolos, y hacen aprenderse a las niñas todos
los himnos (Falange, Oriamendi y la Legión), como veremos en la figura 4, cuya
ejecución tiene que ir necesariamente acompañada de una gran emotividad, ingrediente
importante en la cocina del adoctrinamiento. Y para continuar con la finalidad
de adoctrinar, la tarea escolar no puede terminar sin calificar a la guerra
civil de cruzada.
El día 9 de marzo, cinco días después, la tarea “educativa” es para aclarar cómo se debe escuchar el Himno, remarcando que hacerlo así, los militares con la mano levantada siguiendo el gesto nazi y los paisanos descubiertos y de pie, es un elemental “deber de patriotismo y respeto” (Figura 3).
Figura 3. Cómo debe escucharse el Himno Nacional.
En los dos casos se habla de patria o de patriotismo, que las
niñas deben necesariamente identificar con el himno que acaban de decretar. En
las mentes infantiles patria se confunde, se solapa con el himno y con otros
símbolos golpistas. Esa es la intención. No hay más patria que la representada
por estos símbolos.
Pero los himnos no solo hay que aprenderlos, hay que
difundirlos, comunicarlos, hacerlos suyos, sentirlos como propios, y qué mejor
manera que escribir una carta a un familiar (Figura 4), a una prima en un día cercano, el 13 de
marzo de 1937.
¿Os imagináis diez días hablando en el cole de los himnos? No
sé si las niñas terminaron empachadas, pero sin duda bien adoctrinadas, buena
semilla para continuar con el adoctrinamiento en la mente y corazón de las niñas.
Como bien sabemos el himno no tiene letra, pero no porque no
haya habido varios intentos para dotarle de ella. Os recomiendo la de Joaquín
Sabina[8].
En el Epilogo de El florido pensil,
Andrés Sopeña nos dice que en los años 50 el himno tenía dos letras: la de
Eduardo Marquina y la de Pemán, pero que ellos cantaban la siguiente:
Y continúa Sopeña: “Cienes y cienes de veces, que hubiera dicho Briones, pasé inmaculado, a voz en grito, por el “Fuiste de glorias florido pensil”, sin menor idea de lo que pudiéramos estar berreando; y sin la mínima curiosidad por averiguarlo, la verdad sea dicha. Pero en esa frase, en el recuerdo de su repetición estulta y mecánica encuentro, sin embargo, el símbolo inefable de aquella escuela, la cifra del caos aparente; la “lógica” de tanta sandez. Está todo ahí, en el florido pensil de las narices.”
Se repiten con demasiada frecuencia estos símbolos en las
tareas escolares y se repitieron también después de terminada la guerra civil.
Era preciso crear sentimientos de pertenencia a una patria, y al mismo tiempo obviar,
tapar que esta patria estuvo representada primero por un golpe fascista que
generó una lucha fratricida y luego por el dictador. La patria tenía que ser
identificada por la infancia y por la juventud con los “redentores”, con los
que desencadenaron “la cruzada”. Eras patriota si admitías la dictadura de
Franco, llegado al poder, a ser caudillo, por la gracia de Dios, como recogían
las monedas franquistas. Así en el mismo paquete iban los símbolos, la
dictadura y la Iglesia. Había que tragárselo sin respirar. Y sin poner en
cuestión nada de todo ello, porque al poner en duda alguno de los elementos, se
ponía en duda el conjunto que era indisoluble. Nacionalcatolicismo.
Los símbolos eran considerados tan importantes que Magisterio
Español hizo dos publicaciones de un “librito
escolar de lectura para todos los grados que sepan leer, sean de niños y de
niñas”, en 1939 y 1940, titulado Símbolos de España (Figura 5). En la
portada del libro de Símbolos de España aparece una bandera rojigualda más
grande que la que colocó el PP en la plaza de Colón de Madrid, utilizando de
nuevo los símbolos para enfrentar a la ciudadanía.
Figura 5.
Portada de Símbolos de España, de Magisterio Español.
Hay bastantes autores que han estudiado y analizando la importancia de la simbología en el adoctrinamiento de la dictadura: “La simbología y los rituales en torno a ella fueron una parte imprescindible de la dictadura de Francisco Franco. En sí mismos, los símbolos patrióticos no representaron una anomalía propia del franquismo respecto a otras etapas de la historia de la educación en España. Sin embargo, el advenimiento de la dictadura sí supuso una intensificación en estos símbolos y prácticas”. [9] Sin ir más lejos, en wikipedia podemos leer: “Incluso los asientos de los transportes públicos eran objeto de apropiación simbólica para perpetuar el recuerdo de la Gloriosa Cruzada: un cartel que indicaba Reservado para caballeros mutilados”.
No quiero terminar sin citar a Manuel de Puelles, “el nacionalismo considera la escuela como el
instrumento por excelencia para la integración nacional y para la transmisión
de valores y símbolos que constituyen ese sujeto, muchas veces hipostasiado,
que es la comunidad nacional”[10]
Una muestra clara y contundente del triunfo de la simbología
franquista, del nacionalcatolicismo, que se utilizó abrumadoramente desde la
escuela en cualquier rincón de cualquier pequeño pueblo de nuestro país, son
las enormes dificultades, la resistencia que están poniendo algunos sectores de
la población española para terminar con los símbolos de la dictadura a partir
de la Ley de Memoria Histórica de 2007. Fijaos en la fecha, 2007. Hace 14 años.
Y hasta ese momento ni siquiera se había planteado como necesidad general, como
punto y final, aunque simbólico, con la dictadura. Pero, aún es, si cabe,
todavía más grave que hoy en día se siga manteniendo el término del "Caudillo" en nombres de algunos pueblos, los nombres de los golpistas en las calles, el yugo
y las flechas en algún lugar escondido, la lista de Caídos por Dios y por la Patria
en ciertas iglesias, … En el pequeño pueblo donde mi madre escribió sus
cuadernos en los años 1936, 37, 38, se han cambiado los nombres de las calles
muy recientemente y con no poca controversia e incluso con ataques verbales de
algunos habitantes de la derecha contra la alcaldesa, que tengo que decir, en
honor de la verdad, que es del PP y se ha mantenido firme.
En España nunca tuvimos La Revolución de los Claveles, tuvimos
una transición que permitió que los golpistas se siguieran sintiendo vencedores
y que hoy en día admite que la extrema derecha, que defiende ideas propias del
fascismo, esté apoyando algunos gobiernos autonómicos y sea jaleada por algunos
medios de comunicación. Hecho que no ocurre en otros países de nuestro entorno.
Hago desde aquí una propuesta: cambiar de emisora o de canal de televisión,
cuando estén dando pábulo o entrevistando a alguien del partido de extrema
derecha. Bajará la audiencia. Hecho clave para la radio y la televisión.
[1] Andrés Sopeña Monsalve.
El Florido pensil. Memoria de la
escuela nacionalcatólica. Editorial Crítica. 1994.
[2] Javier Moreno-Luzón y Xosé M. Núñez-Seixas. “Rojigualda y sin
letra. Los símbolos oficiales de la nación”. en Javier Moreno-Luzón y Xosé M.
Núñez-Seixas (eds.). Ser españoles.
Imaginarios nacionalistas en el siglo XX. RBA. 2013.
[3]
Los términos estado, nación y país se
pueden intercambiar a menudo, pero también pueden presentarse matices: estado alude más a lo legal e
institucional, nación a
lo humano y lo cultural, y país a
lo geográfico y territorial. La patria se
refiere a los lazos jurídicos, históricos y afectivos que tienen las personas
con la nación o el país.
[10] Manuel de Puelles Benítez. Política,
legislación y educación. UNED. 2017.